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De cómo el corazón de una madre vuela solo, como, cuando y a donde le da la gana
Vuelo número 1
La noche que se fue
habíamos puesto el despertador para las cuatro y media de la madrugada. Era
un martes. Desde aquel día, sin saber porqué, todo los martes me
despertaba a esa hora con una extraña sensación de felicidad, que en principio
atribuí a las cuatro horas que todavía me quedaban de descanso. Como tengo la
suerte de solo dormir entre cuatro a seis horas, ese despertar me traía de
regalo mucho más de la mitad de una cualquiera de mis noches. Una auténtica
fiesta. Así, cada martes a las 4:30, me sentía como de festivo y sin agobios en
la web.
Pero
no tardé mucho en descubrir que aquella dulce alegría procedía de otro lugar.
Porque al quinto martes, mientras mis ojos se abrían y mi cuerpo se incorporaba
buscando el móvil para ver la hora, pude atrapar el sueño que me habitaba.
Y es que en él volvía a ser aquella madrugada de agosto, justo antes de levantarme
para llevarlo al aeropuerto y darle todavía unos cuantos abrazos más antes de
que cruzase el charco y se asentase junto a la falla de San Ándres. No en otro sitio :)
Me faltan: su tacto y su olor.
Me sobran: la falla de San Andrés y las
noticias sobre pistoleros y armas no prohibidas.
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Vuelos número 2
Desde que duermo
sin compañía, había consentido a mi cuerpo la libertad de encontrase con el
sueño en cualquier lugar de la casa. La semana con A. solía dormir arriba - la habitación más cercana a
la suya- y la semana sin él en la mía - la mas cercana a los amigos que me
acompañan desde el ordenador-. Otras veces amanecí en el sofá de arriba, en
el de abajo, en incluso en la auto. Hasta que un día descubrí que donde
mejor descansaba era en el hueco que ocupaba C. antes de irse a Sevilla.
También fue mi corazón
de madre el me llevó hasta allí.
Sin preguntarme el
porqué seguí abandonándome al sueño por las habitaciones vacías, menos por “la
mía”. ¡Pobre habitación! la
trato como si tuviese alguna culpa... Esto es porque en ella pasé demasiadas
horas enferma y muchísimas horas sola. Pero
no es eso lo que me produce ese desazón, no, si no los buenos recuerdos, tanto
con J. como con A.
Nuevo vuelo, esa
vez hacia el este de mi memoria (el pasado está a la izda, al menos si estás leyendo)
Así, con mi
cuerpo de cama en cama, llegó el verano lleno de hijos y con el la mudanza de la
primera casa de mi hijo mayor. Todos sus cachivaches los metimos derechitos de
la auto a mi habitación. Era tan sencillo, solo había que abrir la ventana y
llenar la cama y el suelo de todo tipo de objetos con los que había construido su
primer y y maravilloso hogar. La entregué deliberadamente para que no
hubiese revoltijo en el resto de la casa, creí. En realidad no la entregaba, la enterraba bajo los
objetos cargados de ilusión de la primera casa propia de mi hijo mayor. De eso modo conjuraba, con la energía de sus jóvenes proyectos, la decadencia que la
habitaba desde hacía siglos ya.
Fue con motivo de
esta mudanza que uno de los colchones acabó en el suelo tras el sofá del
"cine sin bombilla ni películas" y en ese colchón me dejé caer
yo en vuelo rasante.
“Una madre
hippye” - dijeron ellos.
Me preguntaron si en él descansaba y dormía bien, y A.
se ofreció a cederme su cama y a dormir él allí, pero yo me negué, porque en
aquel rincón, por primera vez en un año, me sentía bien.
Esta vez mi corazón
de madre se había metido en el hueco que había dejado A. cuando decidió hacerse
comunicador audiovisual.
Me conté a misma,
soñando, que aquello era lo más parecido al tranquilo placer de vivir de
camping, escuchando al viento jugando con los árboles y las olas del mar. Lo
más parecido e ese dormir con la luna encima y las gotas de la lluvia sonando tan vivas contra el techo de la auto, a ese domir sin las alertas de una casa tan grande
llena de los nuevos sonidos que nacen con la soledad, A ese dormir sin mi arma preferida y con paz. Me lo conté una
noche de hermosos sueños en lo que una María muy sabia de apellido Inconsciente le hablaba a la
ignorante María Córtex Cerebral de la similitud del estar en "mi nueva habitación" con el estar en la auto. le contaba que en ambos sitios tenía una cama encerrada en una esquina amaderada bajo un trozo de cielo con cristal. Pero la
María sabia tampoco sabía la verdad, porque lo que en realidad me lleva cada noche a mi cama
hippye, que ahora ha aumentado en altura con otro sobrante colchón, es que en ella me siento sintonizada con los tres, con los que
duermen y respiran al otro lado de la pared, y con él, mi niño de la otra
orilla del charco, que durante años durmió donde ahora lo hago yo.
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Tercer vuelo
Mi ropa está hecha
una mierda, tan mierda como se ha vuelto el mercado en el que apenas encuentro
nada que valga la pena comprar. Los comercios, prohibidos para mi, mi prudencia
en el gasto y sobre todo mi super ocupación, han conseguido que desgaste la
ropa al mismo ritmo que consumo mis días. Así que para dormir cojo una de
sus camisetas, para "entrenar" otra camiseta más, para ir la monte un
jerseicito, o una sudadera para sentirme calentita en el ordenador. Pero
todo esto no es porque mi ropa esté vieja, ni por el frío, ni por sudar o
tenerme que abrigar. No, lo es porque en cada una de sus cosas sigue presente su
olor, el olor de su casa, el olor de esa independencia creada con valentía,
ilusión y las infinitas horas grabando, tocando, editando y viajando de aquí
para allá; por el espejismo de su tacto, por los abrazos prendidos en sus
mangas y por esa milésima de milisegundo que mi cerebro se engaña viéndole a él
cuando nos cruzarnos con un espejo...
Y es que en tiempos de sequía tocar un gota
de lluvia es como tocar el cielo.
- Mi corazón es
feliz con la ilusión de su nueva vida y su nuevo trabajo. Lo merece, como todos
los que fabrican su camino siguiendo los pasos de sus sueños, en este caso
múltiples, como él. Mi niño grande, ese que es capaz de todo lo que se propone e
incluso de lo que no, ese que en todas partes encuentra amigos que lo quieren a
rabiar, el mismo que hoy te cuenta que ahora ya es su novia y
mañana te dice que si quieres ir "a firmar unos papeles" o si te
apetece llevarle al aeropuerto que se va...:) El mismo que está a la otra orilla
del océano, (en otro planeta, para mi que no tengo cohete...)
Menos mal que tengo
un corazón volador que sin pedirme permiso me conduce a donde siempre esté
más cerca y "más mejor".
Le he contado lo de
la ropa, y de como pierde el olor a él y a su casa según la voy lavando yo, y
me ha prometido que en Navidad la usará toda antes de volverse a marchar a su
Silicon Valley